Estaba sentada a la orilla del arroyo. Sólo había ido allí a escuchar el agua y a imaginar.
En mi cabeza sonaba el acompasado y monótono rodar de la rueda y el agua. Ya no existía la rueda que un día movió el molino, tan sólo unas encantadoras ruinas que se morían de aburrimiento y soledad.
Crucé la pasarela, mejor dicho las dos tablas que un día lejano alguien puso allí para facilitar el cruce,atajo a las casitas nuevas que poco a poco iban poblando la ladera. Me paré al otro lado y de pronto me asaltó el aroma frío del agua, de la oscuridad, de la hierba húmeda. Tenia que irme era casi de noche. De pronto vi una luz, temblona y asustadiza enmarcada bajo la jamba de la única puerta herrumbrosa y descolgada que permanecía en pié. Vi salir una forma, hombre, mujer, no sabría decir; tan sólo recuerdo que me dijo: -No te asustes, en estos lugares que un día fueron y ya no son, Yo moro. Son mi hogar. Mi morada. - Y quién eres? Pregunte. Soy el tiempo.









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